Enamorarse es probablemente una de las
emociones más intensas que podemos experimentar en la vida, y una de
las que más efecto tiene en la valoración de la calidad de nuestra
vida. ¿Cuántos hemos sentido que todo es perfecto gracias a este
estado? ¿Cuántos hemos querido morir (puntualmente) en caso de no
ser correspondidos? Y lo más importante, ¿cuántas personas
confunden el amor con el enamoramiento? ¿Cuántas personas “piensan”
o sienten que el amor se ha acabado al pasarse los efectos del
enamoramiento porque ya no te quiero como antes, ya no siento lo
mismo? Hay quienes entonces se resignan a perder lo que hubo y
otras personas dejan esa relación para lanzarse a la búsqueda en
otra persona de las sensaciones del enamoramiento que identificaron
como las señales del verdadero amor, y pasado un tiempo vuelven a
sentir que las cosas cambian y lo identifican como el que el amor se
ha acabado de nuevo... Y así podemos pasarnos la vida en una montaña
rusa de emociones y parejas... o podemos investigar, aprender y
hacerlo mejor si esto no nos convence.
Podemos seguir jugando a dejarnos
arrastrar por esta emoción, intentando ajustar nuestras velas a sus
vientos “cambiantes e impredecibles” o comprender un poco más
qué es esta emoción tan intensa y cómo afecta a nuestro cerebro y
por tanto a nuestra experiencia de vida. Hace tiempo que se sabe
quienes son algunos de los responsables químicos de nuestras
emociones, cómo funcionan y cómo nos afectan. No es mi intención
destruir o disipar la “magia” del enamoramiento o el amor, creo
que es una de las experiencias más satisfactorias de la vida, mi
intención es que podamos disfrutar de unas experiencias más sanas.
Considero que el ser humano es humano en la medida en que es dueño
de sus acciones, en caso contrario no seremos más que una colección
de resortes que vamos reaccionando a los diferentes estímulos
ambientales sin poder elegir nuestras respuestas. Nuestra capacidad
de elección se basa primero en saber que existe una opción de
elegir y segundo en la voluntad de hacerlo.
Entender a qué responden nuestras
emociones, cómo se producen y actúan, podemos compararlo si queréis
a comprender cómo funciona un vehículo. Saber cuál es la función
de cada elemento puede desmitificar la “magia” del movimiento del
vehículo pero nos permite vivir una mejor experiencia del viaje si
podemos elegir el destino y recorrido en vez de ser simples cargas
sin voluntad que son transportadas. Aprender los conceptos básicos
de la conducción evitará que nos sintamos desesperanzados cuando el
coche se nos cale al salir de un semáforo, cuando se ahogue al subir
cuestas o no responda como queremos al intentar adelantar otros
vehículos. Si sabemos cómo conducir podremos evitar todas estas
situaciones insatisfactorias o comprenderlas y resolverlas en caso de
que ocurran. Que se apague el motor no significa que el coche no se
vaya a volver a mover jamás.
Hasta donde conozco aún no está
resuelto totalmente el proceso de enamoramiento, pero tenemos
suficientes piezas idetificadas que nos permiten disfrutar de una
mejor experiencia y evitar las situaciones más desagradables.
Podríamos empezar planteándonos el sentido y objetivo del amor o el
enamoramiento, entendiendo que existen muchos tipos y muchas maneras
de expresarlos, a cada cual más acertado o erróneo, o más acorde a
nuestra manera de entender la vida. Desde hace mucho tiempo hemos
jugado a etiquetar el amor, que si platónico, romántico, bohemio,
libre, universal, incondicional, dramático, patético... Hay quienes
disfrutan del drama y no quieren saber cómo manejarse en el torrente
de sus emociones, sino que defienden la supuesta pureza (e incluso
origen espiritual) de sus emociones y creen a pies juntillas que lo
más noble, acertado y valiente es obedecer ciegamente sus impulsos.
Hay muchas tradiciones poéticas,
sociales, religiosas y culturales asociadas al amor, y por tanto a
nuestra percepción y valoración del mismo. No vamos a entrar ahora
a descifrarlas, simplemente digamos una vez más que nuestra
experiencia de la vida se basa en nuestra interpretación de la
misma, todo se debe a nuestra pauta explicativa. Nuestras creencias,
conscientes o inconscientes, son los filtros con los cuales vamos a
catalogar nuestra percepción de lo observado (la vida), y serán
nuestros pensamientos, conscientes o inconscientes nuevamente, los
que a continuación disparen los juicios de valor sobre lo observado;
finalmente la expresión y mensajeros de estos juicios mentales son
las emociones que sentimos. Cuando una persona nos resulta agradable
a primera vista y sentimos atracción o afecto por ella no es por un
aura mágica e invisible, sino por ciertos detalles que nuestro
cerebro ha percibido e interpretado como agradables y deseables de
manera más o menos consciente para nosotros, y que resume de forma
global en una emoción de atracción o repulsa.
Esta manera de actuar de nuestro
cerebro ha sido una capacidad tremendamente útil para la
supervivencia de nuestra especie al permitirnos valorar mucha
información de muchas situaciones en décimas de segundo y
proporcionarnos una respuesta rápida y concisa, esa sensación o
emoción que nos impulsa a actuar en base a nuestras experiencias
pasadas archivadas inconscientemente. El objetivo principal de
nuestro cerebro es nuestra supervivencia, y su segunda prioridad es
procurarnos placer y evitarnos el sufrimiento. ¿Cuál es el objetivo
del enamoramiento? El enamoramiento desde un punto de vista biológico
o evolutivo se explica como el gusto por el dulce que se nos ofrece como reclamo
para el objetivo real que es la perpetuación de la especie gracias a
la reproducción. Sucede igual con las frutas de los árboles, la
parte carnosa y de sabor agradable no es necesaria para la
supervivencia de la semilla y futuro árbol, sino que es un reclamo
atractivo para los animales, que al tomar el fruto y comerlo con
suerte transportarán la semilla lejos del árbol original,
permitiendo así la germinación de la semilla en un nuevo lugar.
Incluso hay semillas que para germinar necesitan haber pasado
previamente por el sistema digestivo de un animal y es entonces entre
los excrementos del animal cuando pueden brotar, afortunadamente
además rodeadas de abono. Algo similar pasa con el néctar de las
flores, que es el premio que se ofrece a los insectos por transportar
el polen de flor a flor pegado en sus patas.
Que disfrutemos de relacionarnos con
otros individuos de nuestra especie y que nuestro acto de
reproducción pueda ser placentero, biológicamente, es una ventaja para nuestra
especie que favorece que la población aumente al reproducirnos por
gusto. Actualmente podemos disfrutar simplemente del sabor del fruto
sin tener que plantar la semilla, pero originalmente este era el
diseño funcional y propósito del fruto. Lo que experimentamos como
enamoramiento es un conjunto de señales y estímulos cerebrales que
nos ayudan a identificar, crear y desear las situaciones propicias
para una reproducción beneficiosa para la especie. Los otros
vínculos y afectos que se generan entre los posibles progenitores,
que podemos interpretar como amor, sirven para ofrecer a las posibles
crías un mejor entorno en el que desarrollarse y crecer hasta
valerse por si mismas. De ahí que muchas de las cosas que nos
resultan atractivas y deseables de otras personas, consciente o
inconscientemente, sean indicadores de salud y cualidades
beneficiosas para la reproducción y posterior cuidado de las crías, que representan la supervivencia de nuestra especie.
Somos animales, dotados de una gran
capacidad de aprendizaje y elección, y seguimos portando los
instintos que tan bien nos han servido a la especie y a nosotros como
individuos hasta el momento. En nosotros está comprender mejor cómo
funcionan nuestras emociones e instintos y por tanto emplearlos y
ampliar nuestra capacidad de elección o continuar una vida menos
voluntaria y libre y más dirigida por los impulsos y reacciones que
responden a las señales del ambiente. La base de la inteligencia
emocional se resume en la frase “no se trata de hacer siempre lo
que sientes, sino de elegir qué hacer con lo que sientes”, esa es
la manera de ser libre y no víctimas de las señales del medio y
nuestras reacciones al mismo. Entender cómo funcionan nuestras
emociones y nuestro cerebro no va a acabar con las emociones y
sensaciones, sino que nos permite gestionarlas de algún modo y no
padecerlas sin remedio, incluso prolongarlas si es lo que queremos.
Podemos disfrutar de las emociones, vivimos por y para las emociones,
si podemos elegir ¿no prefieres las agradables?
Hay una frase que siempre me gustó y
me parece bastante acertada: “No te engañes, todos queremos ser
besados, incluso los filósofos” Creo que los científicos también,
que nos entusiasme conocer cómo funcionan las cosas es una manera
más de expresar nuestro aprecio y fascinación por el tema en
cuestión. Todos disfrutamos de sentir emociones, no lo investigamos
para desencantarlo sino para poder disfrutarlo mejor al comprenderlo
a un nivel más profundo y completo. En próximas entradas
desarrollaremos más sobre el enamoramiento, el amor y sus emociones
y sensaciones... por qué cuando nos enamoramos esa persona nos
parece perfecta y divina, por qué podemos pasarnos la noche sin
dormir y sin comer y aún así no notar cansancio, qué relación
tiene el desamor con el chocolate... veremos cual es la bioquímica
responsable de todo esto, qué cosas lo favorecen, lo alimentan, o
cuales lo impiden y agotan. Por si nos interesa :)
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