El otro día escuchaba: "No quiero tener hijos porque no quiero
que mis hijos crezcan en este mundo."
Yo tampoco quiero que crezcan en un
mundo que valora más el color de su piel,
sus ojos o sus vestimentas, que sus intenciones y acciones.
Un mundo donde el verde de los bosques
pierde terreno frente al marrón de los desiertos.
Un mundo donde los seres humanos son un
amenaza constante para el resto de seres vivos del planeta.
Un mundo donde el dinero es algo
imprescindible para vivir más que una herramienta para facilitar las
transacciones entre las personas.
Un mundo donde hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, no se
respetan como iguales, no se tratan como seres emocionales; sino como
objetos o procuradores de nuestros placeres, parches para nuestras
deficiencias o medallas para nuestros egos.
Un mundo donde aprender puede ser
tedioso, aburrido e incluso doloroso, en vez de apasionante divertido
y satisfactorio.
Un mundo donde trabajar se entiende
como un suplicio obligatorio para subsistir; en vez de una manera de
desarrollar algunas de tus habilidades disfrutando y obteniendo un
sueldo por ello.
Un mundo donde el mayor peligro al que
se enfrenten o el mayor daño que puedan sufrir esté siempre
relacionado con un ser humano.
Un mundo donde muchos humanos hacen el
trabajo de máquinas y viven como máquinas.
No quiero que mis hijos crezcan en un
mundo en el que en muchas partes nacer no es sinónimo de alegría.
Quiero que mis hijos crezcan en un
mundo donde puedan relacionarse sanamente y de manera amable con el
resto de seres vivos.
Un mundo donde por fin ocupemos el
lugar que nos corresponde y nuestras responsabilidades dentro de la
naturaleza; en vez de intentar echar al resto de la naturaleza del juego.
Un mundo en el que los criterios de
belleza dependan de sus mentes, sus palabras y sus actos; más que
del exterior de sus cuerpos.
Un mundo donde puedan aprender y
desarrollar las habilidades que disfruten y con ello sumar más
felicidad y bienestar a los demás.
Un mundo donde el dinero sea sólo una
herramienta que facilite las vidas de todos; y no un valor o una condena que
lastre la vida de ninguno.
Un mundo donde las máquinas se
encarguen de hacer el trabajo repetitivo y tedioso; y las personas
desarrollen su singular creatividad sin convertirse en
máquinas.
Un mundo donde la posibilidad de encuentros entre seres vivos sea motivo de alegría y no fuente de miedo.
Un mundo donde el trabajo sea el modo
de expresar sus habilidades para el bien de todos y obtengan así un sueldo que les permita acceder a más oportunidades y
posibilidades.
Quiero que nacer sea el billete de
entrada a un mundo de experiencias enriquecedoras.
Por eso quiero que mis hijos nazcan en
este mundo aunque el mundo aún no sea como quiero para ellos, porque
no nacemos para encajar en este mundo, nacemos para cambiar el mundo.
Y nosotros vamos
cambiando el mundo hacia lo que queremos y no esperamos a que cambie
sólo o gracias a las acciones de otros y exigimos que nos guste el
resultado o quejarnos de ello.
Cambia el mundo, que es tuyo, es el regalo de tus padres y será el regalo para tus hijos, quizás imperfecto aún para tu gusto, pero lleno de oportunidades y posibilidades, disfruta tu trabajo, disfruta tu tiempo en ello, disfruta tu vida.
Cambia el mundo, que es tuyo, es el regalo de tus padres y será el regalo para tus hijos, quizás imperfecto aún para tu gusto, pero lleno de oportunidades y posibilidades, disfruta tu trabajo, disfruta tu tiempo en ello, disfruta tu vida.
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